AMANDA

Nunca imaginé que la vida pudiera sorprenderme con semejante regalo, pero un 10 de noviembre tu camino y el mío quedaron unidos para SIEMPRE. En ese momento supe que por muchos años que llegue a vivir, serán pocos, ya que necesitaré muchas vidas para terminar de agradecer que seas mi hija.

El 10 de noviembre de 2009 tu padre recibió una llamada de teléfono de Maite Miguez, trabajadora social del la Dirección General de Familia, Infancia y Consumo. Desde hacía un tiempo jamás nos separábamos del teléfono. Cuando me llama y me dice que tenemos que ir a Pamplona no podía controlar mi nerviosismo. Encima pensábamos que había algún problema, así que imagínate lo larga que se nos hizo la hora y media que nos costó que llegar allí y que nos recibieran. Casi no hablamos durante el camino, cada uno inmerso en sus pensamientos. Allí tuvimos que esperar hasta última hora. Ya no tenía uñas que morder.
Por fin nos reciben, y el psicólogo dice bien, ya está, tenéis una niña sana, sana como una manzana. Nos cuenta que naciste el viernes; allí estuvimos, cerquita de tí, cuando viniste al mundo sin saberlo. Nos cuentan alguna cosa de tu progenitora, la mujer que te hizo el mejor y mayor regalo que nadie te hará jamás: la vida. Yo todo ojos y oídos para no perderme nada. Absorbiendo todo lo que tiene que ver contigo, diciéndome acuérdate de todo, que no se te pase nada. Aguanto el tipo todo lo que puedo, escucho lo que hablan que ya para mi no es importante con un nudo en la garganta, deseando tener intimidad para saborear mejor este momento. Por fin podemos salir. Nos abrazamos tu padre y yo. Está lloviendo en la calle, pero nos da igual. Empezamos a llamar por teléfono. Aquí a solas, a mis anchas, no puedo dejar de llorar. Imagínate la escena. Tu padre por un lado hablando por teléfono sin parar de sonreir. Yo por otro sin parar de llorar y los dos en la puerta de Bienestar Social calados como sopas. Casi no era consciente de que me estaba mojando, ni que la gente se volvía para mirarnos.
Esa tarde fue de locura, ultimando todo lo que nos faltaba para recibirte. Felices de por fin pensar tenerte en casa. Esa noche por supuesto yo sin pegar ojo, tu padre durmiendo a ratos.
Por la mañana vamos a por ti a la maternidad Virgen del Camino. Esperamos en la puerta que venga Maite. Esperamos el cuarto de hora más largo de nuestra vida, mirando cada coche que llegaba a ver si era el de Maite, dando vueltas sin parar pegaditos a la puerta. Por fin llega y vamos hacia la sala donde están  los bebes. Nos tenemos que poner calzas, bata, gorro, guapísimos. Nos tienen que ayudar porque no somos capaces de lo nerviosos que estamos. Maite va a buscar a la pediatra. Desde la puerta vemos una cuna y pensamos: es esa nuestra niña. Nos dejan acercarnos y te veo allí, tan pequeña, tan perfecta. Espero que esa imagen no se me borre nunca de la memoria. Las enfermeras me dicen que te vista. Con la de niños que he vestido y no podía ni ponerte el body, la manos no me respondían y me tienen que ayudar a ponerte la ropita que con tanto amor te compró tu abuela. Te cojo en mis brazos y me parece mentira. Por fín puedo verte, tocarte, olerte, comerte a besos. Una enfermera le dice a tu padre que te coja. Él nervioso y asustado dice: no, no, yo más tarde. La enfermera sin dejarle terminar te pone en sus brazos y ya no te quiere soltar. Nos cuentan que eres muy buena, pero que lloras mucho cuando tienes hambre exigiendo tu comida. Viene todo el personal a despedirse y a desearte buena suerte. Salimos los tres,tú en mis brazos, y en la puerta nos espera tu abuela Rosa que nos abraza a las dos sin parar de llorar. A partir de ahí ya no puedo apartar los ojos de tu carita, apreníéndome cada uno de tus rasgos.
Tu padre mantuvo el tipo hasta que se quedó a solas contigo para darte el biberón. Entonces lloró por fin de emoción y seguirá hacíendolo varios días después al darte de comer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario